Cuando abran los ojos en la jornada de hoy ya estarán en la palestra los contendientes. Ya sabremos quiénes son los candidatos a presidente y a diputado nacional, las dos categorías que elegiremos los tucumanos.
Nuestras decisiones siempre se apoyan en conocimientos adquiridos previamente y en las experiencias. ¿Para qué vamos a elegir un diputado nacional? ¿Para consolidar el poder en la provincia? ¿Para apoyar un candidato a presidente? ¿Para sembrar ahora y cosechar en los próximos comicios? ¿Para defender un proyecto de país? ¿Para defender un proyecto de provincia? ¿Para ambas cosas? ¿Para cumplir un sueño? ¿Para conservar una fuente laboral? ¿Para tener más inversiones? ¿Para ser más federal? O menos. ¿El diputado tiene -o debe tener- dueño? ¿El propietario es el ciudadano que aporta su voto, o es el padrino político que lo promueve y le paga la campaña? ¿Es hijo de la estructura municipal o gubernamental?
Las preguntas podrían cubrir no sólo esta columna sino un diario de papel completo. Cada candidato sabe las respuestas. Cada votante también las conoce. Son las respuestas que definirán el voto. Pero también el comportamiento de los diputados que sean electos. Por eso, luego, durante los cuatro años de gestión nadie podrá sorprenderse con sus votos ni con sus comportamientos.
Muchas veces, ni los propios diputados saben muy bien para qué están sentados en el recinto sublime del Congreso de la Nación. En los últimos años hemos visto cómo la grieta ha dejado de un lado a los que apoyaban al gobierno de Mauricio Macri y del otro a la oposición, en nuestro caso al gobierno de Juan Manzur. No se han discutido otras razones donde lo que estaba en juego era la provincia. A los cinco diputados que se elijan -y a los cuatro que se quedan- les espera en sus bancas un tema polémico como el aborto, que divide al país por convicciones que exceden los intereses partidarios.
Los nuevos diputados jurarán por la misma Constitución que juraron los que están en el Congreso y que todos incumplen e incumplieron. La cláusula transitoria número seis es una de esas razones. Esa disposición transitoria de la Carta Magna prevé que se modifique el sistema de coparticipación de los impuestos antes de 1996 (la Constitución se sancionó en 1994) y que esa transformación no sea en desmedro de las provincias. Es decir que si tanto diputados como senadores se abocan a cumplir con lo que manda la ley principal, habrá una mejora en las provincias. Es decir, algo debería ceder la Nación en favor de un federalismo que cada vez es más una utopía. O, mejor dicho, una mentira.
Es casi imposible imaginar a diputados y senadores trabajando a destajo, codo a codo, por encontrar una ley de coparticipación diferente. Ello implica un acuerdo entre todos, que incluya a todas las provincias y en perjuicio de la Nación. Ni en sueños es factible imaginar un proyecto así, cuando casi todos los candidatos salen corriendo a Buenos Aires para ver cómo arman las listas a diputados. No actúan ni deciden con independencia.
En todas las campañas se escucha vociferar a los candidatos que prometen trabajar por la seguridad y por la educación, principalmente. Modificar la ley de coparticipación implicaría una gran ayuda para cumplir con esas promesas. Pero es más fácil el negocio simple y corto de discutir y recibir migajas en la discusión de cada tema.
Modificarla es muy dificultoso. Se debe aprobar una ley convenio. Tiene que empezar en el Senado, luego irá a Diputados y finalmente lo que se apruebe deberá contar con el apoyo de las legislaturas provinciales. Tantas dificultades hacen imposible esta cuestión. Pero alguna vez habrá que hacer las cosas o dejar de fingir que se vive en un país federal.
La elección de diputados no termina el día de los comicios. Un diputado no es un rehén de quien lo señaló con el dedo para que esté en una lista. Tampoco será un empleado de quien pagó su campaña. Es difícil para un diputado entender claramente su función en la sociedad, máxime cuando tienen que pergeñar leyes para una sociedad que se rige -y acepta sin chistar- por el axioma “hecha la ley, hecha la trampa”.
Los diminutivos
Cuando estas líneas van llenando el espacio en blanco no están todas las listas definidas. Sin embargo, en algo se parecen. La decisión la tomaron los dirigentes de las provincias y para ponerle el moño y envolverla en papel celofán esperaron la aprobación de alguien de Buenos Aires. Mal comienzo para elegir a alguno de los representantes de la población tucumana.
En el caso del peronismo, no hubo muchas discusiones. Los dos líderes, que hace menos de un mes recibieron el respaldo del 50% del electorado, se sentaron y armaron la lista como un rompecabezas territorial. Se preocuparon en que el kirchnerismo tuviera su representante y así le dieron el segundo lugar de la lista a Mabel Carrizo, “Mabelita” como le dice Juan Manzur, un experto en el uso de los diminutivos. “Marito” (Leito) le asegura votos en la Capital y hasta le abarata la campaña al Gobernador, ya que los comicios recientes ya han impuesto el nombre de este postulante. Y el tercer lugar para “Carlitos” le da un premio al sindicalismo, pero por sobre todas las cosas le cierra todas las puertas a José Alperovich. Si, por las dudas, el triunfo del 9J le dejó dudas a Alperovich sobre su futuro, con la postulación de Cisneros, el Gobernador le clausura a su antecesor cualquier camino de acceso al oficialismo. Los peronistas no pueden “discutir” a Marito ni a Carlitos. Por distintas razones. Por el contrario, a “Mabelita” ya le aparecieron los “compañeros” que se quejan de los pocos votos que sumó hace tres domingos.
Espacio deshabitado
En Juntos por el Cambio no están muy seguros de si el cambio incluye subordinación y valor a la Casa Rosada o dirimir sus verdades en las internas. Germán Alfaro replegó sus velas y no salió a navegar. La estructura tucumana del macrismo decidió no dirimir los liderazgos. Tiró la pelota afuera. Con esa política interna no le fue bien, pero parece que la tozudez y la obediencia debida tiene más fuerza.
En estas PASO, Alfaro podría haber puesto primera en su proyecto por la gobernación. O, en todo caso, quienes relativizan el poder y la identidad del flamante intendente reelecto, podrían haberle demostrado -con votos- que Alfaro es un simple engranaje más en la estructura. Ni uno ni otro se animaron a jugar esa partida en la cancha de las urnas. Eligieron de vuelta la rosca dirigencial. Vuelven a perder tiempo. Mariano Campero, el insistente intendente de Yerba Buena, fue el más auténtico al porfiar hasta el final con la posibilidad de dirimir los liderazgos en las primarias. Minutos antes de escuchar las 12 campanadas presentó su lista.
El tiempo dirá si Alfaro erró al blanco. En un mes de campaña tan solo podía competir en las internas y erigirse en un referente del espacio. Aun en la derrota se hubiera hecho indiscutible. Sin embargo, optó por dejar pasar el tiempo a la espera de los resultados de las nacionales de octubre. Mientras tanto, acompaña.
Juntos por el Cambio podía dirimir liderazgos en estas PASO. No se animó. En este frente no entendieron que una de las causas por las cuales perdieron votos fueron las dudas y la demora en tomar decisiones. Campero se animó al final. Salir a la cancha en el último minuto ya le dio excelentes resultados en otras contiendas.
Esta vez se presentará como DT de una lista con nombres sin candilejas. Gane o pierda habrá ocupado más espacio en el espacio ocioso o temeroso del otrora Cambiemos.
Los espacios son por añadidura, por decisión inherente a su significado, lugares vacíos. Son los hombres y sus palabras las que los habitan. En este espacio, ¿quieren hacerlo? Parece que no.
Hay algo de lo que nadie habla, pero sin embargo, es el eje central de la política: la plata. Interesa la opinión de Buenos Aires, porque desde allí vendrán fondos especiales para las campañas. Interesa la opinión de los principales referentes porque tienen lapiceras poderosas a chorro de pesos, no de tinta. No escriben; reparten. Por eso los diputados no les pedirán a los senadores que hagan megaproyectos para cambiar leyes trascendentales como la coparticipación ni otras “locuras” que rompan el paradigma en pos de la sociedad. Las estructuras siguen siendo fundamentales en la política rentada de hoy, que ha sepultado las pasiones y la militancia. Quedan a salvo las excepciones de las agrupaciones más austeras, pero con menos esperanzas.